martes, 7 de enero de 2014

NIÑOS QUE NO APRENDEN


Aquí os dejo este interesante artículo del blog “Educar a los hijos”, haber qué os parece:
Una consulta muy habitual -y mucho entre familias adoptivas- es que los niños no aprenden de las consecuencias o de los castigos.  Los papás suelen manifestar cosas como ésta:
–        Le castigamos y no sabe por qué
–        Por mucho que nos enfademos, parece que no nos toma en serio
–        Sabe cuáles son las consecuencias porque se lo hemos repetido mil veces, pero parece que se le olvida
–        No aprende de los castigos ni de las consecuencias
–        Parece que quiere que le castiguemos, porque una y otra vez hace lo mismo
–        Vive en el aquí y ahora, no hay ni pasado ni futuro
–        Es incapaz de darse cuenta de que si hace tal o cual cosa, va a haber consecuencias
–        Ya no se acuerda de lo que pasó ayer, ni de lo que hizo ni de que estuvo castigada
–        No se sabe poner en el lugar del otro ni ver por qué a su hermano le molesta que haga eso

Junto con eso suelen presentarse dificultades emocionales y a veces cognitivas.  Son niños que parecen no responder a las habituales pautas de modificación de conducta (refuerzos, consecuencias) y se les califica de desafiantes, desobedientes, retadores.  Niños que, cuando se sienten amenazados, estallan de ira o bien se quedan congelados o bien se desmoronan y se vienen abajo.  En cualquier caso los padres se encuentran desconcertados y no saben -y es comprensible- cómo manejar la situación.

Normalmente, ante un niño que presenta estos rasgos y más cuando detrás hay una familia que se ocupa y se preocupa del crío, de querer ayudar y no sólo de querer adiestrar, nos encontramos con algún tipo de inmadurez en su sistema nervioso que no permite que el niño se regule de otra manera.  Me explico:
Nuestro cerebro tiene tres pisos.  El de más abajo, el tronco del encéfalo, lo compartimos con los reptiles.  El del medio, el sistema límbico, con los mamíferos.  El de más arriba, el córtex, es el propio de los homínidos.  Toda la maduración neurológica tiene que darse de abajo arriba; sin embargo, cuando en los pisos de abajo hay lagunas, los síntomas siempre los vamos a ver arriba, en forma de dificultades de aprendizaje o de comportamiento.
A menos que tengamos una gran madurez, en situaciones de estrés siempre van a tomar el control del cerebro los pisos de abajo y a responder conforme a su programa propio.  Cuando un niño se siente inseguro o amenazado (sea de la manera que sea), la parte de su cerebro que normalmente va a tomar el mando de la situación es el tronco del encéfalo.  Este tronco del encéfalo dirige respuestas automáticas (los reflejos primarios, por ejemplo) como mecanismo de supervivencia; hemos dicho anteriormente que es un nivel compartido con los reptiles (también se le conoce como cerebro reptiliano) y los reptiles ni sienten ni aprenden; ni tienen capacidad emocional -por ejemplo, no cuidan a sus crías, incluso a veces se las comen- ni estructura que permita un almacenamiento en la memoria ni un aprendizaje -el hipocampo, sede de la memoria, se encuentra en el segundo piso-.  Los reptiles viven en el aquí y el ahora: ni el pasado ni el futuro existen, sólo existe el presente y la pura supervivencia.  Los reptiles funcionan a base de estímulo-respuesta de manera inmediata y automática, sin archivar en su memoria aprendizaje de ningún tipo, sin conectarlo con lo emocional, sin asociar acción y consecuencias, sin capacidad para anticiparse y prever el enojo de los padres o el castigo.
Por lo tanto, en situaciones de estrés no hay aprendizaje, sólo supervivencia.  Por eso hay niños que cuando se descontrolan son incapaces de recordar que tal o cual conducta conlleva unas consecuencias, que ayer estuvieron castigados o que el castigo de ahora obedece a algo que han hecho.  Y por lo mismo, cuando se les regaña o castiga no entienden el porqué ni son capaces de incorporarlo como un aprendizaje que les permita mejorar su conducta.
La solución no es fácil pero pasaría primero, por entender por qué los niños se comportan como lo hacen (no es por maldad, es porque no pueden hacer otra cosa); segundo, por reducir al mínimo todos los factores que puedan causar estrés -incluidos gritos, amenazas, castigos, comparaciones, reproches etc.- y aumentar los que generan seguridad, afecto y contención –mucha presencia de los padres, juegos compartidos, contacto físico, más casa y menos extraescolares etc.- y tercero, en el caso de que veamos que aún así los niños no evolucionan como se espera, contemplar la posibilidad de realizar un programa estimulación que permita madurar ciertas áreas cerebrales de abajo arriba para que el niño no esté a merced de respuestas que no puede controlar sino que cada vez sea más capaz de regularse por sí mismo.

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