Carta a mi hijo adoptado (Barcelona, editorial Planeta, 2001) es un libro de Pilar Rahola.
Aquí os dejo algunos fragmentos:
Durante los tres años y medio que duró el proceso tú sólo fuiste el deseo
fuerte, persistente y tozudo de tenerte. Fuiste una voluntad. Sin embargo,
amor, casi de golpe, (...), cuando un día nos llamaron y nos dijeron que
estábamos a punto de conocer a nuestro hijo, ¡qué miedo aterrador! (...) No sabría explicarte cómo se
puede sentir una alegría desbordada, una especie de frenética felicidad, casi
infantil, y a la vez un profundo temor, pero así fue. (...) El miedo a
saber cómo serías. (...) Miedo a mí misma, de no saber estar contigo, a la
altura de unas circunstancias que desconocía, que había escogido y que, sin
embargo, no dominaba. (...) Eras nuestro hijo, pero ya habías andado una parte
del camino sin nosotros, y esa pequeña parte andada nos pesaba como una losa.
Nos pesaba y... nos hería. Recoser, recoser rápidamente la herida abierta,
entre aquel instante en que naciste y el momento en que nacías con nosotros: a
este pensamiento dediqué buena parte de mis energías y casi todos mis recursos
mentales, emocionales, pasionales. Estábamos dispuestos y encantados de
sobreponer la alegría de tu llegada a los miedos y a las preguntas. Pero no
sabíamos qué significaba todo ello, ni sabíamos cómo lo haríamos. (...)
Hijo mío desde el instante en que
cruzamos la mirada. Hijo mío desde que encuadraste tu curiosidad en el
ámbito de la ventana, y sólo nos mostraste medio rostro, rechazándonos y
llamándonos, queriéndonos y negándonos... (...) Toda la desconfianza en tu
mirada. ¡Estabas tan inmensamente solo! Pero ¡tenías tanto miedo a estar mal
acompañado! que no nos quisiste..., abrazado a la responsable del centro donde
habías vivido tu año y medio de vida... Abrazado a lo conocido. Te habíamos
comprado una pequeña moto, motorista incluido, que te enseñamos como reclamo.
Fue nuestro primer lenguaje, el primer beso, el primer abrazo antes de
abrazarnos tanto, ese juguete que te cabía entero en la manita y que, durante
tres días enteros, no dejaste ni un momento.
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Tú ya tenías nombre. Recuerdo perfectamente la frase de la psicóloga (...): “Su hijo no viene
vacío de equipaje a la vida que va a vivir con ustedes. Ya lleva una maleta con
cuatro cosas. Y una de las pocas cosas que ya sabe que tiene es su nombre. Sabe
perfectamente cuál es su nombre, y quizás su nombre es lo único que tiene
realmente seguro”. La adopción no es un nacimiento, sino una continuidad: este
principio básico es, quizás, aquello que más nos gusta ignorar cuando nos
enfrentamos a la experiencia adoptiva. (...) Camino ya andado. Vida ya vivida.
Un nombre para resumirla. (...) Tu nombre era Noé.
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La psicóloga nos avisó de que los
niños que habían sido muy infelices se volvían tremendamente desconfiados y
adustos cuando empezaban a bordear la felicidad. Se
autoprotegían. (...) A vosotros os tenemos que enseñar qué quiere decir ser
feliz. Porque no sabéis ser felices. La felicidad, seguramente, es una forma de
relacionarse con la vida; es más una gramática cotidiana que un instante de
plenitud.
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¿Cuándo tiene que saber Noé que es un niño adoptado? Tiene que saberlo
siempre.
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¿Cuándo es idóneo dar a conocer los detalles de vuestros orígenes? Cuando
los reclaméis.
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Los niños como tú sois auténticas
esponjas de amor (...), y cuando os lo damos todo, aún pedís más.
Nunca antes había visto una sed de amor como la tuya.
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Me dijeron que los niños que habéis tenido una ‘primera’ vida sin demasiado
amor -o sin nada de amor-, siempre mantenéis vivo el recelo, incluso cuando ya
estáis plenamente adaptados. No tengo esta impresión en el presente (a tus ocho
años), ahora que te veo tan (...) integrado (...). Pero es verdad que durante
años, especialmente de noche, me has preguntado si me iba, y sobre todo, si
volvería. (...) Como si recelases del punto de felicidad que finalmente habías
conseguido. Como si recelases, amor, de tener una madre, un padre, una hermana,
una familia para siempre. Probablemente de lo que no te fiabas era de eso: de
que no fuera todo lo que tenías una simple excepcionalidad. Desconfiabas, Noé,
de la normalidad. Por suerte (...) ya no veo en ti esa desconfianza, pero
continúo notándote más sensible de lo que sería habitual en un niño de tu edad.
(...) Por ejemplo, si por la televisión pasan la imagen de algún niño que
sufre, te preocupas mucho más de lo que corresponde a un niño, te pones
nervioso, me haces preguntas atolondradas (...). Transmites, a través de los
niños que ves padecer, la memoria de tu propio dolor. (...)
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Los niños adoptados acabáis pareciéndoos físicamente a vuestra parentela.
(...) El niño acabará teniendo el aire de familia (...).
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La condición adoptiva renace en
los momentos en que se rompe alguna cosa. (...)
Cualquier golpe realmente duro en la vida de un niño adoptado (...) representa
revivir los miedos, reabrir el enorme abismo de tus ansias pasadas, de la vida
antes de la vida finalmente feliz.
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Has tenido la tentación de
atribuir a la peculiaridad de tus orígenes cualquier dificultad surgida. También nosotros, inevitablemente.
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Nunca me ha dado miedo enfrentarme a tu deseo de saber quiénes son tus
padres biológicos, si es que finalmente tienes algún interés. Los expertos
dicen que la mayoría de los niños adoptados tienen curiosidad por sus orígenes
en la adolescencia (...). Estamos sólidamente trabados por una red de amor tan
estrecha que no se me ocurre ninguna contingencia capaz de destruirla. (...)
Sin embargo, sí que hay una angustia de futuro, una pregunta en el futuro que
reconozco que no acabo de controlar, que está presente como un desagradable
parásito. (...)Todavía no has hecho preguntas sobre tu familia de origen. Y
este es un matiz cargado de sentido: quizás explica que, de momento, lo único
que te interesa es saber cómo has llegado a casa, pero no quieres saber nada de
lo que te pasó antes de llegar.
Yo hace un tiempo que lo lei y me gustó mucho.Un saludo
ResponderEliminarGracias por tu opinión, espero que muchas personas se animen a leerlo. Un beso.
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