Familias de acogida
Era una de las últimas tardes del verano y como en tantas
otras ocasiones, Magdalena Marín y su marido José Antonio González pasaban un
día de cine en familia. La última película de los Pitufos entusiasmó a los
cuatro niños y a la salida la pareja aprovechó el momento para improvisar un
juego. “Ahora, cada uno de nosotros es un pitufo”. “¡Yo soy presumido”; “¡Yo,
veloz”!, se escuchó casi de inmediato. Jorge (nombre ficticio) tampoco tardó en
responder: “Yo, torpe”. “¿Y por qué no el pitufo ayudante?”, le propuso
Magdalena, “Tú ayudas muy bien”. Y él, reconfortado, aceptó con agrado ese
nuevo papel.
Ambos aprovechan cualquier instante para recordar a este niño
de ocho años con retraso cognitivo y motriz que “puede ser otra cosa”,
modificar el concepto que tenía de sí mismo, recuperar la seguridad y confiar
en que los adultos que le rodean le atenderán y le darán el cariño que
necesite. En definitiva, que puede vivir como un niño y dejar atrás las
secuelas del abandono que sufrió de su familia biológica.
Magdalena y José Antonio son sus padres de acogida desde hace
seis meses, como lo son también de Rosana (nombre ficticio), una pequeña de
tres años con autismo a la que ambos abrieron las puertas de su casa dos días
después de nacer. “Jorge era un niño que casi no sabía hablar y ahora ya habla
muchísimo. Estaba acostumbrado a mirar al suelo y ya levanta la cabeza, por eso
parece que hasta ha crecido tres palmos”, explica con un entusiasmo contagioso
esta técnico de integración social madrileña.
Hace tres años dejó su vivienda en Madrid junto a su marido y
sus dos hijos adoptados para trasladarse a la localidad vasca de Aizarnazabal.
La Diputación de Guipúzcoa es una de las pocas administraciones españolas que
ha apostado por la profesionalización del acogimiento familiar, es decir, pagar
una retribución mensual a personas con una formación específica para que se
encarguen del cuidado de menores en situación de desamparo y con unas
dificultades especiales para ser acogidos por familias voluntarias [grupos de hermanos,
menores con problemas de conducta o problemas físico o psíquicos].
Generosidad y preparación
Otras 12 familias realizan en la región este tipo de
acogimiento especializado y remunerado, pero las redes de apoyo y asistencia a
menores en desamparo se extienden en hogares de toda España. Durante 2011 se
abrieron 41.236 expedientes de protección a menores. 14.059 niños fueron
acogidos en centros y 21.446 en familias (extensa o ajena) , según la última
Estadística Básica de Medidas de Protección a la Infancia del Ministerio de
Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, correspondiente a las medidas impuestas
por las CCAA.
En la mayoría de casos, los niños son acogidos por su familia
extensa, tíos y abuelos, según los datos facilitados por las distintas autonomías
al Gobierno. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, 680 menores se encontraban
acogidos en familia ajena a finales de diciembre de 2012. Cerca del triple,
1.800, en familia extensa y 1.600 vivían en residencias.
La figura del acogimiento de menores por personas con las que
no tienen parentesco es una medida de protección prácticamente desconocida y
suele asociarse por error al cuidado de menores extranjeros en verano. Para
convertirse en familia de acogida priman más los “criterios personales” que los
meramente formales (vivir en la CCAA donde se presenta la solicitud, tener
medios económicos y una cierta estabilidad laboral y como pareja, aunque
también pueden acoger personas solteras).
“Lo importante es asumir las dificultades que pueden tener el
niño en el proceso, comprender que va a necesitar un tiempo para aprender a
desarrollar sus vínculos afectivos; tener capacidad para aceptar que va a
seguir teniendo relación con su familia de origen, que va a necesitar a ambas,
aceptar esas visitas y el posible retorno a su familia de origen; capacidad
para adaptarse a situaciones complicadas, saber escuchar y recurrir a
profesionales cuando tengan dudas o problemas”, resume Jesús Rubio, técnico
responsable del programa de acogimiento del Instituto madrileño del Menor.
De los acogedores se requiere no sólo buena voluntad y
generosidad sino preparación y “unas expectativas ajustadas” porque esos niños
pueden tener una serie de “dificultades físicas o psicológicas”, explica la
psicóloga María de la Fe Rodríguez Muñoz, que imparte en la UNED un curso de
formación y apoyo para familias acogedoras en colaboración con Aldeas
infantiles SOS. “Estos niños han nacido en unas circunstancias complejas. ¿Eso
significa que van a ser adultos depresivos, que no van a ser capaces de
enfrentarse a la vida? Se trata de ayudarles para que no sea así”, subraya.
Familias de urgencia
Cuando se detecta que un menor se encuentra en situación de
desamparo -es decir, que sus progenitores o tutores ejercen inadecuadamente sus
funciones y el menor puede sufrir daño físico, psíquico o moral-, la
administración autonómica correspondiente asume la tutela y suspende la patria
potestad. Las causas más frecuentes para la declaración de desamparo y la
separación del entorno familiar son el abandono, los malos tratos físicos o
psíquicos, abusos sexuales, inducción a la mendicidad, enfermedades graves e
irreversibles o problemas crónicos de drogodependencia o alcoholismo.
La Comisión de Tutela elabora un plan de protección
individualizado para garantizar el bienestar del niño. Y la prioridad siempre
es tratar de que sea atendido por un familiar (normalmente tíos o abuelos) que
esté capacitado y en condiciones de hacerlo. Si esto no es posible, se recurre
a una familia ajena -sin parentesco con el menor- , se decreta el internamiento
en un centro o, en el caso de que se decida la separación definitiva de su
entorno de origen, la adopción.
El anteproyecto de ley aprobado el 8 de julio de 2011, que no
puede ser aplicado aún porque no se han iniciado los trámites parlamentarios,
potencia el acogimiento familiar frente al residencial y establece expresamente
que los menores de tres años no ingresarán en centros. El Plan de Infancia y
Adolescencia 2013-2016 recoge el espíritu de la nueva normativa, elaborada tras
el extenso trabajo de una Comisión en el Senado para conocer y mejorar los
procesos de acogimiento y adopción de los menores en España.
Cuando el niño que es separado de su entorno es un bebé, éste
es acogido casi de forma inmediata por otra familia con la idea de que no pase
ni un sólo día en una residencia. Si ningún pariente puede cuidarle, se recurre
a las familias de urgencia, una figura de protección implantada ya en la
inmensa mayoría de autonomías. Los acogedores son parejas voluntarias que han
sido previamente seleccionadas por la Administración y que tienen
disponibilidad plena durante todo el año para atender al menor en el momento
que se le requiera (uno de ellos no puede trabajar). En sus viviendas siempre
hay una habitación preparada con una cuna, ropa y pañales para acoger a un
pequeño durante unos meses hasta que vuelva con su familia de origen o se tome
una medida de protección más estable (acogimiento simple, indefinido o
adopción).
Siempre se persigue que el menor tutelado se integre lo antes
posible en otro núcleo familiar especialmente si tiene menos de seis años, pero
la realidad es que miles de niños pasan gran parte de su infancia en
residencias y para muchos de ellos son el único hogar que llegan a conocer,
como revela el estudio ‘Niños que esperan’ elaborado en 2010 por el Grupo de
Investigación en Familia e Infancia de la Universidad de Oviedo
“Hay niños que permanecen durante un tiempo en una residencia
porque necesitan una preparación para un acogimiento después de haber sufrido
maltrato o un trato irresponsable o negligente. Requieren que algunos
profesionales les preparen para permitirse ellos mismo darse una nueva
oportunidad de vincularse con una familia. La evolución del niño, de su familia
de origen, la edad determinan la medida de protección. No se pueden decidir de
manera inmediata”, explica Jesús Rubio, responsable del programa de acogimiento
de Instituto madrileño del Menor.
Y para tomar una decisión sobre su futuro no hay plazos
legales. “Sería muy difícil de cumplir, no es lo mismo un niño de un año que
uno de 14. Ni un niño que ha vivido con sus padres ocho años que un niño que no
ha vivido nunca con ellos”. Pero lo aconsejable en todo caso sería que el paso
por un centro fuera sólo temporal. “En la residencia los niños están muy bien
atendidos, hay medios suficientes materiales y profesionales excelentes, pero
la familia tiene una capacidad inmensa para darle a los niños lo que necesitan
y atenderles de forma individualizada y personalizada“, explica Jesús Rubio. En
el plano emocional, los niños aprenden a “vincularse afectivamente, es decir
tener a quien querer y por quien ser querido” y a tener una vida “normalizada,
no vivir en una residencia donde viven los niños a cuyos padres les ha pasado
algo”.
Tipos de acogida
La legislación actual establece tres modalidades de
acogimiento familiar: simple, permanente y preadoptivo (éste desaparece en la
nueva normativa) y no estipula una duración máxima. Generalmente, los niños
cuyas familias de origen no sufren problemas excesivamente graves y que se
pueden atajar en un periodo corto de tiempo son incorporados al programa de
acogida simple o temporal. El permanente o indefinido está pensado para
pequeños cuyos padres tienen una dificultad importante y no se puede establecer
con claridad el tiempo que pueden tardar en solucionarlo o incluso si pueden
recuperar la convivencia del niño. Hay ocasiones en que cuando una familia
logra salir adelante ya es tarde y el menor no regresa con ella porque ha
pasado demasiado tiempo, el niño está muy integrado o le supone un perjuicio.
En determinados casos, los menores terminan siendo adoptados por sus familias
acogedoras.
Los menores acogidos, y éste es el aspecto determinante que lo
distingue de la adopción, siguen manteniendo una relación con su familia
biológica aunque ésta no pueda cuidarles por lo que se establecen periodos de
visitas para que no se rompan esos lazos. En lo que coinciden expertos,
administración y acogedores es que los vínculos entre una y otra familia
debería ser lo más cercana posible durante y después del acogimiento, pero esto
no siempre es posible porque los progenitores del niño, que atraviesan problemas
muy graves en la mayoría de ocasiones, sienten “se les está quitando a su hijo”
y “sustituyéndoles por otros padres” y lejos de colaborar, su primera reacción
es rechazar la medida de protección y reclamarlo, explica Jesús Rubio.”Se
fomenta la vinculación entre las dos familias cuando se puede y a veces es al
cabo de muchos años de acogimiento. Sería lo mejor pero lamentablemente es muy
difícil”, reconoce.
Ángel Eugenio Cabello y Paloma Delgado sí lo han logrado. Esta
pareja madrileña acogió a Fernando (nombre ficticio) cuando tenía dos años y
medio y con el paso del tiempo han logrado establecer una relación de confianza
y cercanía con la familia biológica del pequeño, que ahora tiene ocho años.
“Ahora somos como una gran familia. El otro día estábamos en el parque y cuando
dijo mamá y miramos las dos. Nos llama mamá Natalia y mamá Paloma. Y en el
cole, como tiene que hacer dos regalos, le dicen qué suerte que tienes dos
madres. Así que se siente protagonista y todo”. El esfuerzo de este matrimonio,
que tiene dos hijas biológicas, responde a la “inquietud” por que el niño no
sufriera un “nuevo desarraigo y una ruptura” si tenía que regresar a su entorno
de origen.
María Arauz de Robles conoció hace diez años a través de una
compañera de trabajo y “por casualidad” que en España cientos de niños
esperaban en centros para ser acogidos. Y no tardó en tenderle la mano a uno de
ellos, un bebé de cuatro meses y medio para que se convirtiera en su cuarto
hijo “a todos los efectos”. En esta “aventura” llena de “incertidumbre e
interrogantes” que emprendió junto a su marido “echaron de menos escuchar
testimonios de otras familias”. Buscaron respuestas y no las encontraron “ni en
la Administración ni en los libros”. Sí en la Asociación de Acogedores de
Menores de Madrid que ahora preside.
En ese intento de difundir esta realidad y extender la red de
apoyo a estos menores, esta arquitecta recopiló cinco historias reales de
acogimiento, entre ellas la suya y las volcó en las páginas del libro ‘Adivina
quién llama a tu puerta”, de la Editorial Sekotia. Sus experiencias vitales
reflejan los miedos, las inseguridades, la generosidad, el cariño y la
recompensa emocional que para unos y otros supone el acogimiento. Éste,
defiende María Arauz, es “absolutamente necesario” porque los niños “no siempre
puede ser adoptados” pero “tienen derecho a tener un entorno estable”.
Las familias acogedoras tiene presente desde el principio que
los menores pueden regresar con sus padres si se resuelven los problemas que
motivaron el acogimiento y deben tener la preparación adecuada para afrontar la
despedida y ayudar a los pequeños. “Los niños no salen de casa de una forma
inesperada y no justificada. El 99% de las situaciones responden a lo
previsible. Si se acuerda que el menor estará unos meses se suele cumplir. Si
el acogimiento es permanente lo normal es que la convivencia sea indefinida”,
explica María Arautz, que insiste, en alejarse de esa idea de “posesión” y en
consecuencia de dolorosa pérdida por su marcha. “No son nuestros, tampoco los
biológicos, tenemos la suerte de haberles podido ayudar en ese trance y de que
hayan pasado por nuestra vidas”.
¿Quién acoge en España?
- Ocho de cada diez son personas casadas
- Las media de edad es 46 años
- Ambos miembros de la pareja trabajan (64%)
- Ingresos medios de 24.000 euros (40%)
- Más de la mitad con hijos propios (59%)
- Llevan siendo acogedores una media de 5,1 años
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