AQUÍ OS DEJO ESTE
INTERESANTISIMO RELATO SOBRE LOS SENTIMIENTOS DE UNA CHICA ADOPTADA:
Soy adoptada. Tengo dos
madres y dos padres, los primeros fueron los que me dieron la vida y los
segundos fueron quienes me dieron todo lo que necesitaba para convertirme en lo
que soy hoy. Una mujer adulta,independiente, con sueños e ilusiones, y por qué no,
también con mis debilidades y frustraciones. Mis padres adoptivos, fueron
los primeros que me enseñaron a sentir un profundo respeto hacia mis
progenitores. Si bien es cierto que la figura del padre biológico nunca salió a
relucir, la de la madre biológica siempre estuvo ahí. Mi madre siempre me habló
de ella. Siempre me hizo saber que había otra mujer que fue quien me engendró,
me llevó durante 9 meses en su vientre y me parió hace 34 años.
Yo
nunca quise saber más de lo que ya sabía. Hacia oídos sordos a lo que mi madre
me inculcaba, jamás me permitió hablar mal de mi madre biológica y tampoco
menospreciarla. Mi madre adoptiva, fue la primera que calificó a mi otra madre
como tal. Ella siempre la ha llamado “tu madre” cuando me hablaba de ella, hoy
incluso, se refiere a ella en esos términos, con lo cual, jamás me permití la
licencia de mal nombrarla o ponerle cualquier otro calificativo. Ni “la señora
de la barriga” ni “la otra” ni nada. Creo que es por eso, que mis sentimientos
hacia ella, mi madre biológica nunca fueron negativos. Lo que si sentia era una
vergüenza terrible. Me sentía una hija de segunda categoria, la vergüenza
que ellos nunca sintieron por no haber podido tener hijos la sentía yo hasta el
punto en que me molestaba horrores mantener una conversación sobre ese tema.
Tampoco era capaz de ver la tele con ellos, los dibujos de mi época, la gran
mayoria contaban historias de abandono, Marco, Candy, Heydi, y las séries y
películas más de lo mismo. Rara era la película en la que no salía algo
relacionado con madres que dejaban a sus hijos e hijos traumatizados por no
haber crecido junto a sus progenitoras.
Eso
no quita, que durante un tiempo, sobretodo en la niñez y de forma no
consciente, sintiera hacia ella un cierto resquemor. Se me hacía difícil sentir
algo más, aún hoy me cuesta poner palabras a los sentimientos que me
despertaba. Sentía curiosidad, ganas de saber quién era ella, ganas de saber
porque me abandonó, ganas de saber que pasó durante su embarazo para verse en
la tesitura de no poder hacerse cargo de mí y darme en adopción. Pero nunca
sentí odio ni rencor.
Recuerdo
en esa etapa que constantemente la tenía en la cabeza. De hecho, creo que no ha
habido ningún día en el que no pensara en ella. Pensaba en cómo sería y como
muchos adoptados, empecé a fantasear. Un día era una artista famosa y
otro día era una prostituta de la calle. Recuerdo que iba por ahí mirando
rostros de todas las mujeres que veía a mi paso buscando un parecido conmigo.
Cuando había alguna que podía encajar intentaba grabar su cara en mi mente
hasta que se acababa desdibujando.
Ya en la adolescencia mis sentimientos fueron
tomando forma. Mi curiosidad por saber se acentuó cuando mi padre adoptivo
murió. Entonces yo tenía 18 años, sentí su muerte como un abandono y de alguna
forma aceleró el ansia de saber quién era, de dónde venía, en definitiva,
conocer cuáles eran mis orígenes. Y eso hice, me puse a investigar y en poco
tiempo la encontré.
La
primera vez que la vi fue algo totalmente clandestino. Tenía su dirección y me
planté en la ciudad en la que vive. Estuve horas esperando frente a su casa
hasta que por fin apareció. La vi durante un par de minutos sólo. Pero bastaron
para empezar realmente a configurar toda una serie de emociones y sentimientos
que nada tenían que ver con el respeto que me inculcaron mis padres. La vi con
una niña pequeña que relacioné en seguida con ella. Era su hija. Eso despertó
en mi un gran sentimiento de rabia, quizá celos también, no podía encajar
porque esa niña estaba con ella y yo no. Por otro lado, me causó mucha sorpresa
ver el parecido físico que yo compartía con ella.
Mi
cara, su cara, eran como dos gotas de agua. Mirarla a ella en esos minutos fue
como mirarme a mi misma en un espejo. El parecido entre nosotras era y es
realmente asombroso. En ese momento, no tuve valor para decirle nada, no
me presenté, no le dije absolutamente nada. Creo que si me lo hubiera
propuesto, no habría podido decirle nada. Me quedé muda, me quedé de piedra,
tardé en irme de allí porque ni siquiera mis piernas funcionaban. Pero al
final, me fui.
A
partir de ese momento fui elaborando mis sentimientos, muchas veces
contradictorios. Había días que sentía rabia, otros sentía lástima, en
ocasiones incluso sentí nostalgia de lo que no tuve, pero nunca sentí odio.
Después vinieron tiempos de indiferencia. Creo que de forma inconsciente me
negué a mi misma sentir algo. Pero a temporadas, volvía la curiosidad. Con el
tiempo, su cara se esfumó, el recuerdo de su rostro se borró y sólo lo podía
recuperar si me miraba al espejo buscando en mí sus facciones, sus ojos, su
nariz, su boca. Sólo así, me volvía un leve recuerdo de lo que vi aquella tarde
cuando la tuve cerca.
Años
más tarde, decidí que era el momento de enfrentarme a mi historia y de
conocerla a ella para que fuera ella misma quien me contara cuales eran mis
orígenes. A través de un mediador, conseguimos conocernos ahora hace un año.
Sentí
ternura, mucha; sentí paz, sentí que por fin pude llorar sobre su pecho. Sentí
una conexión muy fuerte, como si de repente volviera al punto de partida, al
momento en el que nací y nos separamos sin más.
Sentí que al mirarla a ella me veía a mí misma, el
parecido físico sigue estando ahí y sigue siendo asombroso. Eso aún me causa
sorpresa.
Después
de ese primer encuentro vinieron otros. Llegué a sentir lo que yo califiqué
como “mamitis”. Eran una ganas irrefrenables de estar con ella, de dejarme
mimar, de dejarme abrazar, de sentirme pequeña para volver a sus brazos. En
este año, nos hemos visto unas cinco o seis veces, pero el mayor contacto ha
sido telefónico. Vivimos a 600 kilómetros. Cuando ella me pudo explicar mi
historia, y como se desarrolló mi adopción mis Sentimientos encontrados. Sentí
que al mirarla a ella, me veía a mí misma. Sentimientos se debatían entre la
ternura y la lástima. Sentía que la comprendía, que no eran necesarios más
argumentos porque yo misma hubiera hecho lo mismo en su situación. Sentía que
respetaba su decisión y la forma en la que después ella rehízo su vida.
Hace
apenas 5 meses me quedé embarazada. Hacía tiempo que mi marido y yo habíamos
tomado la decisión de tener hijos. Era un embarazo deseado, muy querido y que
nos colmó de mucha felicidad e ilusión tanto a nosotros, como a nuestras
familias. Los hicimos partícipes de nuestra alegría, y obviamente también lo
compartimos con ella que se mostró contenta de saber que iba a ser abuela pero
también se mostró muy cauta. Ella fue la primera que me hizo frenar mi deseo de
gritarlo a los cuatro vientos por si acaso algo fallaba y el embarazo no
llegaba a término. Esa cautela y esa prudencia me enfadaban. No entendía por
qué motivo, si todo iba bien, podía llegar a pasar algo, y de alguna forma, su
prudencia, su advertencia, me alejó de ella. Me restó las ganas de irle
explicando cómo avanzaba mi embarazo semana a semana. Ella me contó que antes
de nacer mi hermana, tuvo un aborto espontaneo. Desconozco si esto
también se hereda pero el caso, es que en la semana 16 de mi embarazo, en una
de las ecografías de control, vieron algo que parecía no estar bien. Me
programaron una eco cardiografía para descartar un posible ductus en el corazón
días más tarde, y en ese momento, ya no encontraron latido. El corazón de mi
bebé se había parado dos o tres días antes de esa maldita prueba..
Me quise morir, todas mis ilusiones y las
expectativas que había puesto en mi futura maternidad se vinieron abajo. No fui
capaz de darle la noticia personalmente, lo hice a través de mi hermana
biológica, su otra hija. No fui capaz de hablar con ella hasta varias semanas
después. Sentí rabia e ira, en ese momento sí la odié. Me generó mucho rechazo.
De alguna forma puede que la culpara a ella por haber sido tan cauta y ponerme
en alerta de que algo malo podría pasar. Puede que la culpara también,
genéticamente hablando, por saber que ella tuvo un aborto antes de nacer mi
hermana. Recordé en ese momento que ella me contó que al quedarse embarazada de
mí en un principio quiso abortar pero no se atrevió. Sentía mucha rabia, no
podía entender por qué ella me pudo parir a mí cuando yo no era una hija
deseada y en cambio yo, que si deseaba a mi bebé, no había podido tener a mi
hijo.
Esto
último es muy reciente. Desde que perdí a mi bebé ya he hablado con ella varias
veces y el rechazo, la rabia y la ira que sentía se han ido esfumando poco a
poco. Ella no tiene la culpa de nada, y con los días sentí de nuevo la
necesidad de tenerla cerca, de oír su voz y darle de nuevo el lugar que ocupa
en mi vida.
Preside la Asociación “La voz de los Adoptados”
Pertenece al equipo profesional de MadOp servicio de
mediación, postadopción y psicopedagogía.
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